Monday, October 4, 2010

Sabina y Lucrecia: género, clase y opresión.



Sabina y Lucrecia de Alberto Adellach es una obra que representa la dinámica de la opresión a diferentes niveles. Es una también una para dos actrices ambiciosas.

La obra los personajes encarnan grupos oprimidos. En este caso son dos mujeres que quieren estar en un espacio en el sean consideradas personas. Para lograrlo, paradójicamente, deben vivir al margen de un sistema que las rechaza y las recluye.

En la anécdota de Sabina y Lucrecia las mujeres huyen de una institución para enfermos mentales. Buscando la libertad, se recluyen en la casa de Lucrecia. En primera instancia, pareciera que los personajes han decidido compartir destinos.

En el momento que emprenden el desesperado y caótico esfuerzo por comenzar de nuevo, aparecen los comportamientos adquiridos. Lucrecia, para sentirse aceptada, asume las actitudes de una mujer pequeño burguesa; en el transcurso de la pieza trata de proyectarse como señora decente, respetable y normal, palabras que repite constantemente. Por su parte, al principio el cuerpo de Sabina no le permite mirar hacia atrás, metáfora de la ruptura con el condicionamiento a servir y ser explotada; ella se siente inferior al punto de compararse con una rata.

Al momento de ser escrita (1972), Sabina y Lucrecia refleja una sociedad en la que hay seres angustiados por la persecución política y la delación: lo que más temen estas mujeres es volver a la reclusión y ser traicionadas por la otra. Como comenta Eva Cristina Vásquez: “Ahí están los temas de la delación, sobre todo de la delación y el miedo a ser delatado, el miedo a ser encerrado, a ser oprimido. Creo que eso habla mucho de la Argentina de los años setenta” (1).

Hay una lectura sobre el rol de la mujer. En la historia de cada una está presente, de forma matizada, los tipos de abuso de los que fueron víctimas. Al pertenecer a un grupo históricamente sometido, pareciera que el entorno empuja a los personajes a las dolencias que padecen. Lucrecia hereda como máximo ideal el modelo del ángel del hogar. Johanna Rosaly, su intérprete, afirma que “Lucrecia cree que la vida normal es la vida doméstica que le han enseñado, mantener la casa limpia, cocinar, servir las comidas a la misma hora, conversar con la vecina”(2).

Cada una de estas mujeres representa un segmento social: una tiene aspiraciones de ama de casa y es condicionada para rechazar el disfrute del sexo, no contemplado en el ideal de la esposa perfecta. A su vez, pretende tener a Sabina de sirvienta por considerarla naturalmente inferior. Para Lucrecia, ser la dueña de la casa y de los objetos que hay en ella así como su conocimiento del mundo le dan autoridad. Su convencimiento es tal que se rehúsa a negociar con Sabina: el diálogo entre la clase media y la clase obrera no es posible.

El complejo mundo creado por Adellach cuestiona la percepción: la casa es bonita para una, fea para la otra. En una ocasión se refieren a un marido en principio hermoso para confesar después que es feo. No hay alfombras y constantemente se hace mención a ellas. No hay ratas, pero Sabina las ve para asustar a Lucrecia. Relacionado con el punto anterior, se cuestiona la normalidad. Como si fueran amigas, las dos mujeres narran sus historias; las cuentan manipulándolas de acuerdo a lo que quieren hacer entender a la interlocutora, tal como hace la gente “normal”.

La producción de Teatro Círculo, bajo la dirección de Dean Zayas, presenta el trabajo de dos actrices que enfrentan un reto complejo. En ese reto está la gran cantidad de transiciones: los personajes constantemente pasan de un estado anímico a otro sin motivo aparente. Es frecuente que los parlamentos se sobrepongan y que hablen de asuntos distintos. El resultado es la incorporación del humor a partir de diálogos absurdos.

En esa dinámica los personajes juegan diversos roles. Uno de ellos es el de patrona y la sirvienta que se rebela. Ante la crisis por el pasado de explotación de Sabina, Lucrecia asume el rol de madre. En los desafíos los personajes se desafían y llegan a desempeñar actitudes de traidora y traicionada, el juego más peligroso.

Otro aspecto que hace compleja la obra es el movimiento escénico. Al principio es el rito de reconocer la casa. Posteriormente los personajes andan por el escenario dando vitalidad a éste.

Johanna Rosaly y Eva Cristina Vásquez constantemente se enfrentan al riesgo. Para asumir ese riesgo han sido honestas y orgánicas en sus interpretaciones: han logrado crear los personajes mental y físicamente. La energía de su trabajo hace que el mundo de las dos marginales sea aprehendido por el espectador.

Johanna Rosaly es Lucrecia. Sus aspiraciones de ama de casa normal y decente la llevan a querer controlar la situación. La actriz desarrolla un personaje fragmentado, necesitado de compañía, de cambios bruscos que continuamente lucha por mantener la fachada de dama distinguida lo cual no siempre logra por su irascibilidad. Johanna hace que su personaje fluya a través de diversos estados que van desde el rechazo y el asco hasta la súplica de compañía.

Eva Cristina Vásquez es Sabina, la mujer explotada que descubre que hay posibilidades. Eva Cristina ejecuta un personaje sin ambiciones, más próximo a la realidad, que descubre que hay gente que la puede mirar de otra manera. Incorpora la burla a su compañera, a sus consejos y aspiraciones creando el contraste que crea la tensión en la obra.

Sabina y Lucrecia es un texto que presenta diversas lecturas. Sus intérpretes exploran diversas posibilidades para mostrar el mundo de seres marginados creando personajes que ya son referencia en la escena hispana.

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1- Tomado de “Dos mujeres, una locura.” Hora Hispana Daily News. Septiembre 16, 2010: 12. Print.

2-Idem.

Fotos: María Cristina Fusté


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