Por Costa Palamides
La siguiente, es una crónica escrita por Costa Palamides
sobre el Festival de Teatro de Caracas 2017,
realizado en el mes de abril.
La “nuestramericanización” del Festival de Teatro de Caracas en su pasada edición en abril del
2017, ha sido memorable no sólo por la calidad de los invitados latinoamericanos expuestos sino
por la pulsante memoria que los cobija y embriaga. Desde la apertura hasta la clausura, el país
“invitado de honor” mostró espectáculos lacerantes sobre su pasado, sobre los despojos y luchas
de 50 años de enfrentamientos convocados por la intolerancia y por la capacidad camaleónica y
despótica de la oligarquía clasista colombiana por no perder sus privilegios. El impacto producido
por la pieza “Labio de Liebre” de Fabio Rubiano, el Teatro Petra en conjunción con el Teatro Colón
de Bogotá, es equivalente en mi persona al producido por “La clase muerta” de Tadeusz Kantor y
el grupo Cricot 2 hace más de 30 años en un Festival Internacional de Caracas. Afónicos, extáticos
y lacerados nos quedamos ante la capacidad de un grupo colombiano de enfrentar el sangriento
conflicto de su país de una manera tan “bestial”, y utilizando un humor negro dionisíaco y por
ende, trágico. La fábula de animales y seres humanos que se le “aparece” a un genocida de turno,
refugiado en un país frío y truculento, en una “Suiza/Chalet” neutral y xenófoba (se puede aplicar
a los estados centrales de Estados Unidos) representa con exactitud quirúrgica el tan hablado y
nunca conseguido “teatro de la crueldad artaudiano” que aplicado a nuestra piel y sangre busca la
emoción más primordial e intensa. En un “crescendo” que hiere a punta de navajazos, en una
amalgama de risas y lágrimas, la obra teatral, metáfora del labio leporino que nos excluye y que
nos calla, abrió nuestro necesario Festival para que no lo olvidemos nunca más. Sólo con esta
pieza, la pertinencia de este Festival con sus imágenes de lo que puede desembocar nuestro país si
nos dejamos atrapar por los sátrapas de la derecha, los “del fanatismo empresarial” o los
señoritos “mosquitos muertos que tiran la piedra y esconden la mano” y sus patiquines de turno,
insisto, sólo por este espectáculo, la pertinencia de este Festival es contundente e histórica.
Comienzo crucial y crucificador dentro de nuestra iglesia particular: el Teatro. A partir de allí, se
extendió la magnífica racha de la participación de nuestra hermana república, quiméricamente
bolivariana, y la mágica liebre se mudó al lugar “Donde se descomponen las colas de los burros”
con el Umbral Teatro. A diferencia de su cruda antecesora, el conflicto de nuestro pariente y
cercano país, se presenta con poesía “naif” y austeridad escénica con toques sublimes de “video
maping” y con un apego a una especie de liturgia eclesiástica o a una misa fúnebre liderizada por
una madre y un padre en busca del hijo muerto, que sin herir, trata de encontrar luz en una
blancura apolínea no extenta de lirismo. Sin duda, nos encontramos con dos creaciones teatrales
distintas que radiografían la historia reciente y temible de Colombia. Más adelante, dos trabajos
más eficientes en su exposición y con rasgos de una potente creación colectiva y más abiertos e
inclusive nostálgicos de la forma como el teatro colombiano ha narrado su historia, fueron las
obras de dos grupos emblemáticos de Bogotá y Medellin, “La Candelaria” y “Matacandelas”, que
con sus directores en el preámbulo, honraron una presencia de décadas en el quehacer escénico
de las dos ciudades más heridas por el acontecer político, social y económico de nuestro más
cercano vecino geográfico y emocional. La vibrante bioépica de “Camilo” y la cantata resurgida de
“La casa grande”, novela explosiva de Alvaro Cepeda Samudio, hicieron que estos grupos brillaran
una vez más con lo que mejor saben hacer en la escena latinoamericana: la contundencia del
sentir colectivo, la presencia de un “conciente nacional” y el empoderamiento de una memoria
que no podrán borrar ni paramilitares, ni narcotraficantes ni los dictámenes militares de las
potencias extranjeras. El enfrentamiento del heroico cura guerrillero Camilo Torres y la masacre
de los campesinos huelguistas ante la opresión oligárquica y militarista, a los terratenientes
latifundistas y las “moscas bananeras” de la United Fruit Company respectivamente (como
Neruda denunciara poéticamente en su “Canto General”), se vuelven “faros de memorabilia” que
difícilmente podremos olvidar y que nos regresan a las excelsas participaciones de estos dos
“alzados” grupos en nuestra previa historia de Festivales Internacionales que algunos “patricios”
de nuestro teatro quisieron exiliar a… Miami o lo que es peor, lo mudaron a nuestro Miami
particular… el este pudiente de Caracas… Un florido “Cayo Hueso”… duro de roer.
Pero volvamos a lo nuestro: la participación de grupos más al Sur no extenta de globalización
certera que consideraron suyas dos piezas europeas. La croata “Mi hijo sólo camina un poco más
lento” y la rusa “Todo por culpa de ella”, escenificadas por sendas instituciones teatrales de
Argentina y Uruguay deslumbraron transmitiendo el peligro de la exclusión y de la mala
comprensión de la “red social” a través de sendas tragedias contemporáneas que demuestran la
amplitud focal del actual teatro rioplatense. A ellos, se une el Teatro Amplio de Chile con una
elocuente bilogía compuesta por las piezas “Casco Azul” y “El Sr. Galindez”, profundas
percepciones de nuestra dramaturgia latinoamericana sobre la injerencia extranjera y la tortura
fascista, (casi lo mismo) respectivamente y firmadas por un joven director que se mueve a sus
anchas en las periferias de nuestro Norte que es el Sur: Antonio Altamirano. La huella de la
pérdida de identidad, los lazos familiares perdidos por los miles de desapecidos y sus familias,
pasando además por la posibilidad de que dos hermanas separadas por el robo de bebés de la
dictadura argentina y que pueda en un momento dado establecer una relación lésbica o en todo
caso conocer muchísimo tiempo después a sus parientes más cercanos, es el tema fundacional de
la corrosiva pieza “La sangre de los árboles” que arrancó aplausos vibrantes por dos actuaciones
femeninas de primer nivel y por una impecable puesta en escena firmada por la productora
Reverso que enlazó a Argentina, Chile y Uruguay. Un poco más acá, la heterogénea adaptación
fabulada del Woyzeck hecha por el memorioso Arístides Vargas, nada más y nada menos que con
el grupo Malayerba de Ecuador, y que vista en un no apto teatro para la intimidad cuentística de la
obra como el Teatro Catia, supo vencer los escollos de una mala acústica y hacernos escuchar la
alienación y violencia que producen “rumores y falsos positivos” en nuestra realidad: “Francisco
de Cariamanga”. Para finalizar este formidable recorrido, que se perdió de algunos importantes
espectáculos para poder participar en actitud democrática del mismo Festival en dos ocasiones,
una como director con “Donde caerme viva” de Elio Palencia y en otra como actor de reparto con
“Miss hijas” de Matilda Corral, resonancias de nuestro más candente “día a día”, habrá que
resaltar el virtuosismo musical e histriónico del grupo español “Yllana y Primital Brothers” que con
su “monstruosidad vocal” supieron acallar los contrarios y contrariados augurios a este Festival y
que junto a “Me llamo Suleimán” del grupo canario “Una hora menos” mostraron entender las
primitivas contrariedades del poder (y en especial de la monarquía, el absolutismo y el fanatismo
religioso) y en consecuencia la implacable xenofobia que se aplica por igual en los Estados Unidos
y en sus congéneres genéticos de la Europa blanca y reaccionaria, léase brexitómanos, neonazis y
lepenistas. Y un rumor que sí vale la pena escuchar: el grupo colombiano que se presentó en la
Casona Anauco Arriba, laceró profundamente a los espectadores con su “fiesta de quince años de
la hija de un Capo y un entorno familiar en “traje de etiqueta” y una pieza más: “La Maldita
Vanidad Teatro”. Sin duda el secreto mejor “susurrado” del Festival. Y con esto, vayamos del
susurro preciso al silencio coherente, sin aspavientos y manoteos, como hubiese querido
Shakespeare y desde ya ansiemos más referencias, más participación y una nueva edición de un
Festival que siempre hemos merecido y MERECEMOS.
COSTA PALAMIDES
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