Friday, July 16, 2010

¿Apoye nuestro teatro o mírate en este espejo?

Días atrás, no recuerdo si leyendo el periódico o un correo electrónico, encontré de nuevo la tan temida frase: “Apoye nuestro teatro”. La oración, que pensaba extraviada en el olvido, resonó como un grito: el grito de la gente que hace décadas inventa realidades en las artes escénicas en español . “Apoye nuestro teatro” resume los inconvenientes de los que hacen teatro en esta ciudad.

Desde que por vez primera leí las tres palabras me parecieron un pedido, una queja. En una de las acepciones del DRAE, “apoyar” es ayudar. En vez de convidar, se pide auxilio. En vez de invitar, se suplica asistencia. Necesitado y relegado, el teatro no se promueve por el impacto que podría causar sobre la audiencia por sus logros estéticos sino que se apela a la afiliación cultural.

Otro elemento capcioso es el tono con el que la frase se dirige al lector. Ese “apoye” respetuoso y distante da a pensar que el público y los teatreros no se conocen, que están separados, que viven en mundos apartes. Pareciera que el teatro, hecho que se origina en una comunidad, no es conocido por ésta, que se han levantado estereotipos infranqueables: a lo mejor es una actividad elitesca, tal vez pobre, pero hay que apoyarla porque es “nuestra”.

Lo de “nuestro” es más complejo. ¿Qué es lo nuestro? De tanto leer la frase grabada en notas de prensa y hojas volantes, he llegado a la conclusión que lo “nuestro” se refiere al teatro en español, realizado por actores y un equipo de producción mayoritariamente hispano.

Es limitada la asistencia del público –con sus excepciones- a las obras de teatro hispanas. Una producción teatral es una actividad que no se mantiene por los ingresos de taquilla; en el mejor de los casos llega a reponer la inversión. En esa dinámica entran los costos de las salas de ensayo, de las salas de teatro, la asignación de fondos públicos para los grupos estables, las temporadas generalmente limitadas a tres, cuatro semanas.

En ese rosario de factores está la falta de documentación lo que supone dos ausencias. La ausencia del público: propuestas cuyos méritos habrían merecido ser vistas, han pasado sin pena ni gloria. Una futura historia es la segunda ausencia; más de cien años de teatro en Nueva York son poco conocidos: “nuestro” teatro pareciera inventarse y desaparecer con cada generación. Como actos aislados están, entre otras publicaciones, la revista Ollantay; Teatro: Hispanic Theatre in New York City 1920-1976 (Museo del Barrio & Off-Off Broadway Alliance, 1977) de Pablo Figueroa; Nuestro New York: An Anthology of Puerto Rican Plays (Penguin Group, 1994) editado por John Antush; Pregones Theatre: A Theatre for Social Change in the South Bronx (Routledge, 2003) de Eva Cristina Vásquez; la antología Se vende, se alquila o se regala de Editorial Campana (2008). Un dato curioso: el Ateneo Puertorriqueño dedicó su boletín enero-julio 2006 al teatro niuyorican.

En un mundo ideal en vez de pedir ayuda para mantener vivo al teatro hispano, el asunto sería llamar a compartir, experimentar, confrontar. En el mundo real las cosas funcionan de otro modo y aunque con recelo, entiendo a los que usan “Apoye nuestro teatro”. Al fin y al cabo se intenta convertir en conjuro, de poco alcance, para llenar salas. Sin embargo, en el “nuestro” no entran los escritores hispanos, y si entran es esporádicamente, como para no quejarse.

Parte del conflicto es la relativa presencia de la dramaturgia local. Entiéndase: no es cuestionar la producción de dramaturgos latinoamericanos en la escena neoyorquina. Es revisar el por qué la ausencia de los autores del patio, que al no ser parte integral de “nuestro” teatro no tienen proyección, a pesar de iniciativas como la de la Asociación de Cronistas del Espectáculo (ACE) y la de Hispanic Organization of Latin Actors (HOLA) que en el 2006 por vez primera formalizaron sendos reconocimientos a la dramaturgia.

En entrevista realizada al autor José de la Rosa éste comenta que: “El teatro es un espejo de la sociedad y el público debería asomarse a ese espejo” (La otredad 142). De la Rosa está consciente que la dramaturgia hispana, al menos en teoría, recoge, modela y cuestiona las experiencias de la comunidad hispana.

Entonces, en vez de pedir apoyo, lo ideal sería en invitar a la gente en mirarse en su espejo. Y para que ese espejo refleje con intensidad, es necesario que en parte de su superficie estén las imágenes de los dramaturgos locales. Ahí será verdaderamente nuestro teatro, sin comillas.

García Gámez, Pablo. La Otredad: Dramaturgos hispanos del teatro hispanohablante de Nueva York. Diss. York College CUNY, 2008. Print.

Foto: Diana Chery y Carlos Alberto Valencia en Aviones de papel, de Diana Chery (2006).

1 comment:

  1. Hola Pablo: Me gustó mucho esta pieza. Me llamó la atención que le dieras atención a la frace "Apoye nuestro teatro", que sí salta a la vista como un grito de ayuda, casi de terror. Y me gustó el análisis y la conclusión. No conozco mucho de teatro, ni asisto lo suficiente, y en general siento que tiendo a ser más crítica e intolerante de una dramatización exagerada que de cualquier otra cosa en el arte, pero sí estoy de acuerdo con algo que dijo un dramaturgo que vi en televisión cuando le preguntaron si prefería el teatro o el cine. Dijo que se quedaba con el teatro porque en el caso de que no hubiera acceso a tecnología, podía montar una obra en la sala de su casa y el teatro seguiría existiendo. Creo que en parte puede ser este uno de los problemas que existen en el teatro, al menos para personas como yo: es fácil oír poesía (y barato), o ver arte o escuchar música hasta en la sala de la propia casa, pero son muy pocas las veces que me he encontrado con alguien que esté dispuesto a hacer teatro en una reunión casual como se hace poesía o se comparte arte, implica coordinación, ensayos, props... y tal vez esto es lo que hace que el público no cultive una familiaridad con el teatro, unas ganas de ver más. Para apoyar algo hay que amarlo, y para amar hay que conocer, pasar tiempo en compañía. Si más personas pudieran enamorarse a primera vista (por haber visto fuera del salón del teatro), tal vez el rótulo desaparecería.

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