Pablo García Gámez
(A Bárbara Kent)
1
¡Esta
manía de ser puntual! Antes era una
virtud, ahora es mala educación. A
sentarse y esperar mientras a que empiece.
(Mira buscando). Allí, en
esa tarima es el acto… me imagino. Un
templete de barrio: de los templetes de El Junquito a los de Corona, Queens… un
barrio amalgama de muchos barrios de más allá de las fronteras. Un teatro al aire libre. El teatro tiene el poder de hacerse en
cualquier espacio… eso lo viví aquí, en el galpón de aquella zona industrial de
Queens… ahora es un lugar gentrificado de apartamentos carísimos. Todo lujo. (Pausa). Allá fue que Cleo presentó la obra. Éramos inmigrantes sin documentos y, buscando
salida a la subsistencia, a Cleo se le ocurrió que, con el dinero que le
quedaba, se podría mantener haciendo teatro en español. Ya había encontrado un grupo talentoso y que
se llevaba bien, algo que no es frecuente, cuando me ofreció ser su asistente. Lástima que la prensa hispana poco respalda
estas iniciativas de la comunidad: para los medios, no solo los de aquí sino
del mundo, el teatro es un anacronismo. (Pausa). El caso es que Cleo quería una producción más
allá de digna: buscó un grupo de gente entre los que se encontraba una maquilladora
de primera. El día que nos presentan, llego
unos minutos tarde al sitio donde estrenaríamos El mono astronauta y que
ese día es usado por la maquilladora para hacer una muestra. Al entrar vi a una mujer alta, altísima y,
como si no le bastara con su altura, llevaba tacones; pensé que quería tocar
las nubes, ser totalmente visible en tierra.
En esa primera mirada era una mujer neo-barroca con trajes de complejos
detalles y colores brillantes, un peinado de mucha elaboración; alhajas doradas. Imposible obviar el caminar pausado y
elegante, así como su voz grave que articula cada sílaba. Imposible no verla.
Cleo:
Ella es Bárbara.
Pablo:
Encantado.
Bárbara:
El gusto es mío.
Bárbara
trae varios bocetos de lo que podría ser el maquillaje; Cleo escoge uno y la
maquilladora lo aplica a Harold, el actor que ese día ha ido para la
prueba. Bárbara muestra ser una
excelente artista; me entero que además es coreógrafa. (Pausa). Luego de la sesión, camino a casa, Cleo me
preguntó qué me parecía.
Pablo:
Su trabajo es bueno, pero es como frívola…
Cleo:
¿Frívola?
Pablo:
…y trans. ¿No te diste cuenta? (Pausa). Frívola
y trans.
Cleo: That’s happen.
That’s
happen es la frase de Cleo para terminar una
conversación sea porque no la entiende o porque la discusión es extremadamente
pendeja y no quiere confrontación. (Pausa
larga). El mono astronauta fue un
desastre económico, pero como trabajo artístico fue excelente. Y Bárbara terminó siendo una mujer
creativa.
2
El
odio se aprende. Odiamos porque nos
enseñan. Interpretamos macro-relatos como
religión, hombría, femineidad, xenofobia para justificar nuestro odio y ni
cuenta nos damos. En Caracas, las
mujeres trans eran un misterio. No
debíamos acercarnos a ellas porque eran violentas y nos podían hacer “cualquier
cosa”. El caso es que ellas, de noche se
reunían -y siguen reuniéndose- en la Avenida Libertador, allí se prostituyen,
uno de los limitados oficios que les dejan ejercer. Las noches trans deben ser intensas
balanceándose entre Eros y Tánatos. Por
un lado, están ellas buscando ingresos vendiendo caricias; por el otro, al
estar en una vía pública de tráfico continuo se exponen a la agresión física y
verbal: insultos, botellazos, pedradas, cortes de navaja, disparos… en ocasiones,
la muerte ¡Hasta yo mismo que soy tan cobarde!
(Pausa). Una noche fui con
Francisco al Zig-Zag en la Avenida Libertador.
Salimos casi al amanecer con una borrachera mayúscula creyéndonos
invencibles. Cruzamos por la avenida Las
Acacias para bajar a la Plaza Venezuela; a lo lejos había un grupo trans que
terminaba su noche buscando el taxi que las devolviera a sus hogares. Mi amigo y yo no pensamos para gritar:
“¡Transfor pa’ feas!”, “¡Cojo culo!” “¡No las cojo ni que me lo presten!” y
otras frases que salían eufóricas por los tragos. Las chicas se molestan y empiezan a
perseguirnos: ellas en tacones y nosotros bebidos. A solo una cuadra para
alcanzarnos, pasa un carro que se detiene a nuestro lado. Se abre la puerta y un brazo nos arrastra a
su interior. Es Armando que vuelve a su
apartamento después de pasar la noche en bares.
Armando:
¿Ustedes están locos? ¿Cómo se les
ocurre meterse con esas mujeres que están trabajando? ¡Tú y tú no valen ni medio! ¡Esta es la
última: dos gays discriminando!
3
Después
del 11 de septiembre de 2001 estoy dos días sin salir del apartamento; los
ensayos de Ruandi, donde hago de actor, se posponen unos días hasta
tratar de entender qué pasó. Hasta
Queens llega el humo de la destrucción.
Hay un estado de violencia y temor no declarado: a Mohammed, el mejor
vecino del edificio, de habla castellana con acento afgano, una turba lo intercepta
para golpearlo y patearlo tanto que permanece semanas internado en el hospital
de Elmhurst. No recuerdo si me animé o
si era obligatorio ir a ensayo, pero a los dos días estaba montado en el metro
en dirección a Manhattan. Terminado el
ensayo en Parque Central, porque no es posible ensayar en el espacio del grupo
por estar próximo a las Torres Gemelas, decido caminar hasta el Lower Manhattan
y ver de primera mano lo sucedido. En el
camino encuentro otra Manhattan: desolada, taciturna, con miedo entre la poca
gente que camina, menos luminosa. Es un
duelo colectivo regado por la ciudad.
Paredes y más paredes cubiertas con hojas volantes: fotos de personas y
un “Have you seen her?”, “Have you seen him?” Anuncios similares se ven en las estaciones
de bomberos y de policías. Mientras
camino, trato de intuir dónde estaban ubicadas las Torres Gemelas, entre la
mirada y el recuerdo, tengo una idea del punto en que antes podía
divisarlas. Al llegar al Lower Manhattan
busco la parte más próxima a las torres a la que los curiosos podemos llegar. (Pausa). Cientos de rescatistas se dirigen al
lugar de la tragedia para entrar entre los escombros y buscar restos humanos o
tal vez un sobreviviente. Unos casi
corren hacia el lugar; otros rescatistas arrastran los pies del cansancio, pero
continúan su labor. Nueva York tiene
defectos, menos el de la falta de solidaridad.
En este trabajo los acompañan perros entrenados en rescate. Antes de internarse en ese mundo, hay un
grupo de voluntarios que sirve comida y bebidas a los rescatistas y a los
perros. Me aproximo a los voluntarios y allí la veo
de nuevo, después de mucho tiempo: Bárbara sirviendo comida. Va deportiva: en jeans y una blusa negra, eso
sí: tacones altísimos. La contemplo:
nunca pierde la concentración y no para de servir con gestos elegantes como matrona
que sirve a sus hijos. A esa misma mujer
en el pasado le dije frívola. A ésa.
4
Estoy
en Washington D.C. Vine en un autobús alquilado
por Make The Road, centro comunitario ubicado en Roosevelt Avenue y calle 90 de
Queens. Los pasajeros conformamos un
grupo variado: coreanos, mexicanos, pakistaníes, argentinos, venezolanos, heterosexuales,
gays, trans; en común compartimos la calidad de indocumentados. La ida a la capital estadunidense tiene por
finalidad “hacer lobby” o estar en contacto con los políticos que deciden el
futuro del país, los que tienen poder para convertir a millones de
indocumentados en ciudadanos. En el
autobús conozco a Bianey, una joven trans que vino de México y que fue
explotada sexualmente. Bianey es
sencilla, arrastra desde su pueblo el buen humor y la voluntad de hierro. En Washington D.C. visitamos diversos
políticos; gente de diversas partes de Estados Unidos vienen también y hablan
en público frente a comités del Congreso.
Luego del día de trabajo, cenamos en un salón inmenso que casi no da
cabida a tantos indocumentados. Cerca de
nosotros está una familia mexicana que vive en San Antonio, Texas, con su hijo
con parálisis cerebral y por el que compiten en hacerle mimos y cuidados: el
juego político no perdona ni a los inocentes.
En mi mesa se sientan Bianey y una amiga. La conversación gira en torno a las
diligencias del día, la expectativa de que el sistema legal norteamericano se
actualice, que reconozca las familias no tradicionales y que entiendan que las personas
que vienen buscando asilo no lo hacen por capricho. El viaje es parte de esfuerzos de anónimos
que ayudaron a generar algunos cambios en el país. Sin embargo, el colectivo trans continúa
marginado.
5
Allí,
en esa tarima es el acto. Un templete de
barrio: de los templetes de El Junquito a los de Corona… un barrio amalgama de
muchos barrios de más allá de las fronteras.
Bianey está con el equipo organizador de la Marcha Translatina de Queens
que se hace todos los años. En ella las
amigas trans protestan, critican o alaban -según el caso- a funcionarios
públicos. También es un acto emotivo:
algunas participantes dan testimonios de sus experiencias, su vida, su lucha que
no es fácil. Desde que supe de esta
marcha, no me faltado ni una vez. Varias
son las razones: agradecimiento por hacerme entender que como gay he sido
discriminado, que alguna vez he sido parte de la opresión. El colectivo trans enseña que a pesar de los
inconvenientes y por muchos obstáculos, vale la pena vivir. Al hacer el show de cierre algunas de ellas,
como Bárbara calzan tacones altísimos: así tocan las nubes. Y nosotros con ellas.
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