Fotos: Michael Palma Mir |
Teatro Círculo regresa al convivio. Para esta temporada -que pareciera ser post-Covid
19- el grupo de la Calle 4 retoma el proyecto originalmente creado antes de la
pandemia. Con la producción La vida
es sueño, de Pedro Calderón de la Barca, el grupo crea una propuesta
singular por motivos que van desde la concepción del espectáculo hasta las posibles
lecturas que ofrece.
El primer rasgo: es una producción trasatlántica. La idea se concibe con colectivos y
promotores teatrales de las dos orillas: Teatro Círculo de Nueva York, en asociación
con la Fundación Siglo de Oro y la colaboración del Instituto
Nacional de las Artes Escénicas y la Música (INAEM) de España. Diversos dialectos del castellano y técnicas actorales
se encuentran en un escenario.
El hecho de que el equipo técnico y
el elenco residan tanto en la Península Ibérica como en Estados Unidos y Puerto
Rico marca el carácter policéntrico e hibrido del trabajo. Hibridez que redunda en la confrontación de conceptos
y modos de realizar; en asumir el intercambio de ideas como parte del proceso escénico.
Mariano de Paco Serrano propone un montaje original. El espectador va al teatro a mirar,
pero también a escuchar. Observa a
los actores, la escenografía, el vestuario, las luces. En cuanto al texto, éste es deconstruido: Segismundo,
Rosaura, Basilio se multiplican en el espacio sonoro. La palabra pasa a formar
parte de un arreglo coral y de solos, labor a cargo de la especialista en verso
Karmele Aramburu haciendo que, por ejemplo, Astolfo esté distintos cuerpos. El texto
es trabajado en la liminalidad al punto de parecer una partitura. Además, todo sonido de La vida es sueño
se genera en la voz humana y en las acciones que se realizan: las cadenas, el
martillear, el sonar del gong; no se incluyen la música grabada o efectos
grabados: sueño y realidad se generan en las palabras y las acciones.
La iluminación mantiene el tono interior, onírico que
apoya y destaca el trabajo interpretativo.
Este carácter se mantiene en el vestuario y la escenografía, diseñados por
Israel Franco-Müller.
Además de la confusión de Segismundo entre realidad y
onirismo, el espectador experimenta otro desconcierto: ¿qué actor hace a quién?
La relación personaje-actor en vez de ser individual, se torna colectiva. La voz es la guía principal para identificar
qué actor/actriz interpreta un rol en determinado momento. Con ello, el montaje llega al punto extremo
de lo colectivo: es un grupo de actores que trabaja en conjunto para llevar
adelante diversos personajes.
Otro aspecto notorio es el vestuario. Los trajes sugieren miembros de una guerrilla,
tal vez mercenarios con luces laser. Y de todo el vestuario impacta que los
miembros del elenco lleven el rostro cubierto con una mascarilla.
Utilizar mascarilla es un reto actoral. El pedazo de tela se convierte en filtro que
bloquea los gestos faciales de los intérpretes.
Las expresiones quedan ocultas, no pueden ser vistas, no es posible
leerlas. Sin embargo, la suspensión de
la incredulidad se mantiene, se acrecienta el interés de los espectadores sobre
lo que sucede en escena.
Pocas veces se tiene la oportunidad de experimentar
una lectura tan inusual como efectiva. Juan
Luis Acevedo, Daniel Alonso, María Fontanals, Fernando Gazzaniga, Catherine Núñez,
Jerry Soto y Eva Cristina Vásquez interpretan el clásico y desarrollan una
aproximación única al texto.
Los otros integrantes del rito, los espectadores, también
llevan mascarilla, pero como parte de su rutina. Ellos viven la experiencia de utilizarla
desde hace casi dos años. Tampoco sus
gestos han podido ser leídos en la esfera pública. A ambos lados del Atlántico ha cambiado el
modo de relacionarse. En La vida es
sueño ese cambio se transforma en una propuesta artística que revisa el
contexto social y político contemporáneo.
Hasta el domingo 12 de diciembre, 2021. Teatro Círculo, 64 Este de la Calle 4, Manhattan.
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