Uno de los talleres que formaron el conjunto de Talleres de Dramaturgia a Distancia Rodolfo Santana, coordinado por el autor de esta nota, se caracterizó por la mayoritaria presencia femenina, las diversas reflexiones sobre su realidad y por su carácter comunitario para lograr el objetivo común: escribir teatro.
Pablo García Gámez
La situación extraordinaria a la que nos llevó el Covid-19, impactó y continúa impactando el diario vivir. Siendo el teatro un hecho presencial muchos gestores teatrales tuvieron que inventar estrategias en el camino a un futuro post pandemia. De desconocer plataformas como Zoom, Instagram o YouTube de un día para otro aprendimos a utilizarlas como medios para la enseñanza, la difusión y el entretenimiento.
En
este lapso marcado por la reclusión, la Compañía Nacional de Teatro de
Venezuela, con Carlos Arroyo a la cabeza, diseñó y desarrolló
programas de capacitación en diversas áreas de las artes escénicas. Parte del proyecto contempla la escritura
teatral: la CNT lanzó, bajo el nicho de Talleres de Dramaturgia a Distancia
Rodolfo Santana, 25 talleres con intención de brindar herramientas para la
escritura escénica a 250 participantes.
De los 25 talleres, uno me fue asignado como instructor.
El taller
El
diseño del taller, en cuanto a pedagogía, es marcado por dos referencias. Una, La pedagogía del oprimido, de
Paulo Freyre, en particular el registro léxico de cada participante para
nombrar el contexto con los registros originados en el medio. Otra, incorpora la práctica de trabajar en colectivo:
los participantes apoyan al grupo interviniendo en los procesos de sus
compañeros.
De entrada,
se plantea una pregunta: ¿Qué? Qué
escribir apunta hacia lo que el participante quiere expresar, a veces sin tener
conciencia de ello. En el taller el qué
tiene prioridad: busca visiones particulares orientándose hacia una escritura
orgánica. Escribir puede ser necesidad y
obligación de interpretar la realidad, en nuestro caso una realidad a veces
apabullante.
Los
participantes se enfrentaron a textos de otros autores: Maderamen, de Javier
Rondón; Mujermente hablando, de Mariozzi Carmona; Radiografía de puta
y poeta, del dramaturgo granadino Antonio César Morón; Yoleros, del
dominicano Álex Vásquez Escaño; y Mi última noche con Rubén Blades, de
la puertorriqueña Tere Martínez. Se realizaron
tres discusiones: una con Antonio César Morón y la actriz Farah Hamed, otra con
el autor-productor Álex Vásquez Escaño y una charla con el actor venezolano
César Augusto Cova. Las conversaciones contribuyeron
a develar aspectos que el autor enfrenta en la práctica teatral.
El
taller duró doce semanas con una sesión semanal de cuatro horas a través de Zoom. En él participaron Rosa María Rappa, Dora
Lucena, Annie Ferrer, María José Quintana, Andrea Levada y el conocido teatrero
Armando Holzer; el hecho de que la mayoría hayan sido mujeres se traduce en
optimismo de ver representadas nuevas visiones y sensibilidades en el teatro
venezolano. El compromiso e interés de las
integrantes marcó el ritmo del taller en el que hubo discusiones, lágrimas,
risas y el respeto a la visión de mundo del otro. En ocasiones, las reuniones fueron
complicadas por las fallas del internet mientras que las participantes hacían
lo posible para seguir en la reunión. En
términos concretos se alcanzaron dos objetivos: escribir un monólogo e iniciar
una pieza de dos o más personajes; en el objetivo de la segunda obra dos
participantes decidieron trabajar con piezas que habían desarrollado
anteriormente.
El resultado: los monólogos
En el
taller, lo teatral presentó diversas formas y se mostraron temáticas comunes: identidad,
memoria y alteridad. Con frecuencia, las
piezas exploran a los personajes y sus circunstancias sin concesiones. Para Roberta Margarita de Amargo
frenesí, de Annie Ferrer, la posibilidad de ser otra, de rehacer
su identidad solo se da en otro contexto, de allí la necesidad de huir; el
conflicto es que ella se desconoce a sí misma y a la vez inventa cualidades a
ese otro lugar. Dora Lucena
presenta a Ramón en Semana 56, monólogo en el que el personaje se
debate en salir, especular y morir o quedarse en casa, especular y morir; ante
el miedo a la muerte por contagio, Ramón se queda en casa manipulando a los
amigos para ganar el dinero que le haga comer; la soledad le lleva a recrear el
pasado pre pandemia con su novia y su amante, de comida y mascotas queridas e irreales;
la autora da una pincelada queer a Ramón cuando intenta seducir al
virus. La casa sin memoria,
de Rosa María Rappa, redimensiona el espacio escénico en su propuesta al
incorporar al espectador en un recorrido guiado por el personaje Ella a un
espacio tradicionalmente no teatral: una casa-hospital de pacientes abandonados
en un sitio en el que el recuerdo se pierde, en el que se confunden los límites
entre cordura y desquiciamiento, en el que la advertencia es que visitar y
vivir en ese sitio son dos experiencias diferentes, pero liminales.
Carta
a mami y papi, de Andrea Levada toma como personaje a Leandro, un
niño de doce años rodeado de comodidades, pero carente de afecto lo que le hace
que sentir en la periferia; Leandro no cuadra en su mundo, no entiende el por
qué de los castigos y el rechazo; su confidente es un soldadito de juguete al
que cuenta sus vivencias. Armando
Holzer, En un florido pensil retoma la oralidad del pasado y
contar desde allí; para Carmen Rivero Sanoja la vida ha sido una cadena de
retos hasta llegar a establecer un espacio y una familia. En su ocaso, las hijas buscan hacer el trueque
de sustituir los valores de Carmen transformarlos en efectivo así como borrar
su historia a través de la venta de la casa.
Finalmente, María José Quintana en Un largo día desde la
mañana presenta un texto en el Andrea Manuela, mujer ansiosa que corre
a ningún lado y no termina tarea doméstica alguna; ella, por presión de la
esfera pública apoya la violencia colectiva.
A propósito de esta participante, la segunda obra que comenzó a
desarrollar en el taller creó una comunidad de colaboradores en Guárico, estado
donde reside y en otros lugares como Medellín recibiendo comentarios y apoyo a
través de testimoniales de interesados en el tema que ella desarrolla.
Como
en los talleres presenciales, el taller terminó con una lectura abierta de los
textos por parte de sus autores, el 19 de agosto de 2020, con la idea de
compartir opiniones. La tecnología
extendió los espacios de recepción: la lectura fue seguida en Venezuela,
España, Portugal, México y Estados Unidos.
Ahora
la tarea de las ex integrantes del taller es encontrar espacios para compartir
con otros autores, organizar lecturas y buscar el camino a la escena. Los textos lo valen.
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