La invitación la envió Wallace Edgecombe del Centro Hostos para las Artes y la Cultura. Una de esas invitaciones informales, por correo electrónico, para ver una obra infantil el 21 de octubre. Tiempo sin ver a Wallace, sin ir a Hostos Community College; en principio fuimos a saludar viejos amigos.
La obra en cuestión era Abracadabra, pieza para niños y cuyo título es tomado a partir de una lacónica reflexión de Eduardo Galeano. Una veintena de niños en escena. Niños que actúan, tocan instrumentos musicales, cantan y bailan.
El grupo se llama La Colmenita y fue fundado en 1990 por Iraida Malberti. Ningún elemento escenográfico aparte de una pantalla: sólo los niños en escena con los instrumentos. Y el texto. Una maestra recién llegada a la escuela -escuela bajo una dirección tradicional- utiliza la literatura, el teatro y la música para que los niños descubran su esencia.
Al comienzo, los alumnos se presentan a la maestra con nombres de famosos, famosos creados por las revistas de farándula y programas de chismes; famosos que dentro de poco dejarán de serlo por exceso de forma y falta de esencia. A partir de ahí, la maestra crea un juego en el que cada alumno tiene un nombre secreto: el de un personaje literario.
El otro tema que la pieza plantea es el trabajo en grupo. Para interpretar un son, todos los instrumentos son importantes. Lo esencial es trabajar en colectivo, dramatización del método de trabajo del grupo.
Hasta bien avanzada la obra el vestuario es el uniforme del colegio. La simpleza formal sirve para destacar el potencial de los actores. El escenario despojado y el profesionalismo nos recordó el Teté-Concert que el profesor Porte Acero organizaba los domingos en el Ateneo de la Florida en Caracas con egresados de talleres de Francisco Garzón Céspedes; La historia que no nos contaron de Carlos Pérez Ariza, producida por El Chichón de la UCV, los trabajos de mimo de Alberto Rowinsky, Tempo y tantos otros que han dedicado su profesión para el público del futuro.
Estos nombres y La Colmenita tienen afirman que se puede lograr que el teatro para niños sea entretenido y que tenga un carácter formativo a la vez. Tienen en común que ponen en relieve la necesidad de trabajos de este tipo, en los que entre bailes y canciones al público infantil éste descubra que es capaz de crear, que vale por sí mismo, que tiene su propia esencia.
La presentación de Abracadabra en el Bronx demuestra la importancia del teatro para niños en el aspecto formativo para una comunidad cuyas alternativas son limitadas. No en balde, el teatro para los más pequeños es una de las manifestaciones más complejas: debe tener esencia.
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