Tuesday, November 4, 2025

Carlos Canales Habla sobre La Lectora de H.P. Lovecraft, por Carlos Rojas

  Entrevista

Carlos Canales

Habla sobre La Lectora de H.P. Lovecraft

por Carlos Rojas  

criticarojas@gmail.com

Especial para Miradas al Escenario

Carlos Canales.  Foto: Archivo Personal del Escritor © 2025

 Conversamos con Carlos Canales (Río Piedras, Puerto Rico; 1955), dramaturgo y director de la obra La Lectora de H.P. Lovecraft, sobre su recorrido teatral, sus obsesiones escénicas y su más reciente puesta en escena.

En los días previos al estreno, Canales hizo un alto para hablar sobre su trayectoria, su pensamiento teatral y el desafío de llevar esta pieza al escenario, en el marco de la séptima edición del Festival de Teatro FrenesíFrenzy Fest 2025.

La Lectora de H.PLovecraft, es mucho más que una pieza teatral: es una inmersión en los laberintos de la mente. Concebida como un monólogo dramático, la acción transcurre en el consultorio de un psiquiatra, donde una mujer -profesional del arte- intenta descifrar los trastornos inexplicables que la acechan desde su regreso a Puerto Rico.

En esa sesión, que oscila entre la confesión y la representación, la protagonista expone sus conflictos más íntimos, dramatizando su propio relato a través de referencias literarias, artísticas y teatrales que revelan la fragilidad de su equilibrio emocional y la urgencia de comprenderse a sí misma.

-¿En qué momento surge la idea de escribir La Lectora de H.P. Lovecraft y qué te llevó a usar a Lovecraft como detonante?

FRENZY FESTIVAL, organizado por la actriz puertorriqueña Amneris Morales, es un festival teatral (también cinematográfico) que expone problemas de la salud mental.

Hacía años que Amneris me decía que sometiera una obra al FRENZY FEST y yo le respondía que sí y después no sometía ninguna obra. Las obras que tengo escritas y que podía participar con una de ellas, no me animaba. Porque yo quería someter un estreno, una obra que yo hubiera escrito para el festival.

Cuando publicaron la convocatoria del FRENZY FEST 2025 me dije: “Ha llegado el momento y te toca H.P. Lovecraft”. A este emblemático narrador de terror cósmico lo había leído hacía más de treinta años y las impresiones de esas lecturas siguen intactas en mí.

Entonces, recordé las visitas que mi familia y yo hemos hecho a Providence, Rhode Island. Hemos recorridos por los lugares que menciono en la obra. La convocatoria y la memoria se combinaron y escribí el monólogo.

-La obra se centra en una mujer lectora que se transforma a través de los libros. ¿Qué te interesaba explorar en esa experiencia de lectura como metamorfosis?

Más que explorar una metamorfosis del personaje lo que me intrigó fue internarme en la psiquis del personaje, penetrar en lo más profundo y adentrarla en los laberintos del universo, pero todo motivado por la lectura de varios autores, pero Lovercraft la catapultó a las dimensiones desconocidas.

-¿Qué significa para ti la lectura cuando se convierte en un acto escénicocorporalcasi ritual, y no sólo intelectual?

No te podría responder esa pregunta cómo me la planteas, sólo te puedo decir que escribo guiado no por lo intelectual ni la razón. Permito que surja lo acumulado en mi ser y se comunique con la memoria, con lo almacenado, y despierte en el proceso de la escritura, no parto a escribir de una idea, es el conflicto lo que me motiva, aunque a veces no sepa la causa, me limité a exponer los hechos que la llevaron a la situación del presente.

-¿Cómo dialogan en ti el escritor que imagina y el director que organiza la escena? ¿Compiten o se necesitan mutuamente?

Esta es una pregunta que amerita una reflexión…Como he explicado en otras entrevistas, el dramaturgo escribe un texto literario que puede más o menos describir acciones de los personajes con acotaciones precisas. En mi caso he decidido escribir sin didascalias, sólo las esenciales, como entradas y salidas de los personajes, pausas, transiciones y silencios.

Lo hago con la intención de que el director tenga que hacer su propia lectura del texto, descubra su interpretación y pueda crear una dirección en plena libertad. Además, si yo voy a dirigir mi obra, tengo que hacer el mismo proceso. Me facilita, me plantea conflictos y me complica el proceso de mi dirección. Cuando escribo la obra, ya tengo internalizado que escribo para la escena, es decir, para que se represente en un escenario. El tiempo y la experiencia te ayudan a ello.

Cuando termino de escribir la obra (no veo personajes, sólo escucho sus voces en la oscuridad), reviso el texto desde la literatura, lo pulo, lo dejo listo y lo guardo. Cuando un productor me pide un texto mío o yo voy a dirigir una de mis obras, empieza otro proceso en mí, reviso la obra, pero concentrándome en la puesta en escena. Cambio parlamentos, elimino y añado escenas. Hago una revisión total, siempre pensando en su representación.

En el momento que dirijo una obra mía oculto al dramaturgo y pienso como director, él toma el comando, como si la obra no la hubiera escrito yo, digo, hago un distanciamiento imperativo. Si yo, como el director (que soy el dramaturgo), entiendo que debo cortar parlamentos, entre otras, permito que la visión del director ayude a la obra del dramaturgo.

No permito que discutan, fomento el diálogo y, casi siempre, la mayoría de las veces, el director hace aportaciones que solidifica el texto. Porque una obra revela, muestra y encuentra su camino en las lecturas de mesa, en los ensayos, continúa durante las representaciones y cuando éstas terminan. Te puedo decir que mi yo director complementa al yo dramaturgo.  

-En La Lectorael espacio doméstico se transforma en escenario del delirio. ¿Cómo trabajaste esa transición de lo cotidiano a lo perturbador?

El espacio doméstico es el lugar de acción de mi escritura, pero cuando se representa la obra el espacio doméstico se transforma en la oficina de un psiquiatra y los espectadores se convierten en el psiquiatra.

Literariamente, la obra se desarrolla en una alcoba, pero en la representación ocurre en la oficina del psiquiatra. Lo cotidiano y lo perturbador conviven en la mujer, son parte inherente, sin lo cotidiano no se comprende lo perturbador, porque es lo cotidiano lo que la lleva a enfrentarse a ese mundo aterrador.

-El texto está lleno de silenciospausas y quiebres. ¿Cómo construiste ese ritmo fragmentado en el ensayo y la puesta?

Lo fragmentado está dado en el texto literario, incluyendo silencios, pausas y quiebres. Durante los ensayos los valido; y a otros los elimino y construyo nuevos. Porque uno de los conflictos del personaje La Lectora durante la sesión con la psiquiatra es el conflicto, lo que quiere decir, cómo decirlo y qué decir, esa lucha interna del personaje crea esa tensión dramática que va in crescendo en la obra, que prexiste también antes de la terapia.

Debo decir que, el FREZY FEST tiene una regla inviolable: los textos representados deben durar como mínimo treinta minutos y máximo cuarenta minutos. Yo, que soy obsesivo con el tiempo escénico, con el ritmo vertiginoso, estaba pendiente en los ensayos que no rebasáramos los cuarenta minutos. Esa regla contribuyó también a crear esa tensión dramática.

Todas las obras tienen un tiempo de duración escénica que no encontrarlo conlleva perder la atención de los espectadores. Es labor del director, trabajando con los actores, encontrar el tiempo preciso. En los ensayos, le pedía a la actriz Kathy Tejada que grabara el tiempo cuando ensayaba conmigo y cuando ensayaba sola.

Kathy Tejada, actriz y productora. Foto cortesía: Teatro TEBA

-¿Cómo fue el proceso de trabajo con Kathy Tejada y qué descubriste en su interpretación del personaje?

Kathy Tejada es una actriz de mucha disciplina. Fue un proceso intenso de meses de trabajo, como cuatro meses, no sólo se trabajó con la obra, sino que Kathy investigó las referencias de los textos, leyendo los relatos, viendo películas, documentándose en todos los sentidos.

Sin la disciplina ni la dedicación de Kathy Tejada la obra no hubiera quedado como quedó, ni hubiera creado el impacto contundente en los espectadores, porque ella se ajustó, a conciencia, a mi estilo de dirección, trabajó arduo lo que yo le pedía que hiciera y aportó un mundo con su interpretación del personaje. Fue un diálogo continuo en los ensayos, pero Kathy se sumergió a las profundidades del abismo.

-La mujer parece atrapada entre la razón el abismo. ¿Cómo concebiste esa tensión en la escritura y en la dirección?

Yo tenía claro el conflicto del personaje. Te cuento que hasta que no tengo el conflicto no escribo la historia. Para mí, como dramaturgo, es fundamental saber el conflicto del personaje, aunque no sepa las causas. Las causas las voy descubriendo en el proceso de los ensayos y me doy cuenta de que no son explícitas. Están desparramadas por el texto, las descubro y las uno. Si la obra contiene el ritmo, mi dirección lo va resaltando durante el desarrollo de la acción dramática. En ese sentido el dramaturgo y el director coinciden.

-Tu dramaturgia articula una genealogía del horrorPoe, Lovecraft hasta llegar a Beckett. ¿Cómo dialogan estos autores en tu imaginario teatral?

Yo conocí a Poe en las películas que vi en los años setenta. Digo que no sabía quién era el Poe literario. Después leí sus relatos y entendí ese universo de horror. A Beckett lo conocí leyendo, a la par, con James Joyce. Cuando leí a Beckett, yo no soñaba con ser dramaturgo; yo insistía en escribir narraciones, por eso Joyce me deslumbró con su monólogo interior o fluir de conciencia; y Beckett, en Esperando a Godot, recurre al monólogo en el personaje de Lucky. A Lovecraft lo leí cuando yo era dramaturgo. Lo primero que leí de Lovecraft fue El extraño caso de Charles Dexter Ward, una novela que me perturbó y nunca más la he podido leer, pero su impresión ha quedado en mí y no se borrará, fue descubrir un universo que provoca insomnio y angustia.

Beckett no es un escritor de horror propiamente dicho, pero tiene narraciones y obras breves de teatro que Beckett penetra en lugares de la mente y del universo. Los tres autores combinados son cruciales en el conflicto del personaje de La lectora. No los puede separar, pero tampoco puedo explicar cómo se complementan; las representaciones provocaron esas reacciones en el espectador, aquello que se percibe, que supera las palabras, que se queda en la psiquis y hace su efecto durante o al finalizar la función.

-¿Qué te interesa del horror como territorio poético más que como género narrativo?

Estoy convencido que sin la convocatoria de FRENZY FEST, yo no hubiera escrito La Lectora… A mí me interesó fue cómo esas lecturas afectaron a La Lectora y le provocaron el conflicto que no le permite vivir. Cómo Lovecraft le despertó o la llevó a descubrir un mundo que penetrar en él es un punto sin regreso; descubrió lo que no debería haber descubierto, y por esa transgresión, tiene que pagar; la maldición es un tema recurrente en esa la literatura de horror. Te aclaro que me valí de la narrativa, pero el texto no descansa sólo en ese recurso, sino en las acciones y el ritmo intenso.

-¿Cómo concebiste la escenografíala iluminación y el sonido para acompañar esa deriva entre lo real y lo alucinatorio?

Mi montaje fue minimalista. Una silla en el escenario. Nada de escenografía, nada de música, nada de juego con la iluminación. Diseñé una iluminación precisa que iluminara sin brillantez el rostro de la actriz y un poco de luz azul sueño reflejado en el piso del escenario para sugerir el mundo onírico. Pero, la obra descansa en la interpretación estática de la actriz. Kathy dependía de su voz y sus gestos. Nada de artificios.

-En la pieza hay una mirada femenina enfrentada a un universo literario tradicionalmente masculino. ¿Fue una decisión consciente?

No lo fue consciente, porque son pocas las cosas que escribo de manera consciente, no soy un escritor que está interesado en escribir parlamentos preconcebidos. Si tú lo notaste fue porque es una interpretación, el texto te llevó a pensarlo, yo no niego esa interpretación, pero esa no fue la intención, que se haya filtrado me ilumina, porque podría aportar otra mirada, abre a otras posibilidades literarias y escénicas.

-¿Qué te atrae de situar la locura o el delirio en el núcleo de la experiencia escénica?

Como tú bien sabes, porque has visto representaciones de mis textos de personajes que rayan en la locura, la locura es un tema que me persigne de niño. Diría que me críe en el medio de la locura, de mi familia y de otras familias. El misterio de volverse loco es una pregunta que aún sigo buscando la respuesta, porque la locura provoca conflictos en los demás.

No puedo desprenderme de los personajes resquebrajados, con problemas psicológicos y crisis existenciales, personajes que bordean y traspasan los límites y navegan en lo ignoto, y por la dimensión desconocida. A mí siempre me ha gustado la literatura de horror y la fantástica rioplatense.

-¿Cómo imaginas la reacción del público ante una obra que no ofrece respuestas sino un desasosiego persistente?

Con la dirección de La Lectora es mi obra en la que pensado más en los espectadores. No se trató de maniqueísmo ni manipulación del espectador. Fue llevarlo a percibir más allá de sus sentidos. Crear esa empatía, tratar de descubrir el verdadero conflicto del personaje, y cuando lo descubriera, desear que no se manifestara. Colocar al espectador en un conflicto con lo que escucha, ve, percibe y descubre.

-¿Qué referentes visuales o plásticos influyeron en la atmósfera de la obra?

Las exposiciones de arte que he visto en los museos de Rhode Island, Maine, Nueva York, DC, España, Argentina, Uruguay, entre otros. Siempre concentrándome en las pinturas no realistas, sino en la vanguardia, esos cuadros que son un desafío a los ojos y a la interpretación.

La Lectora plantea contradicciones cuando menciona las pinturas de los impresionistas, surrealistas, expresionistas y cubistas. Es un referente impactante en la formación del personaje y cómo se entremezclan con las referentes literarios. No es explícita la conexión. La actriz y el director la fueron descubriendo en los ensayos.

-Después de la función del domingo 26 de octubre, varios asistentes describieron lo sucedido como increíble” y “extraordinario”. ¿Qué ocurrió exactamente en esa presentación?

Lo que ocurrió esa noche y la noche anterior fue espectacular. Además de los adjetivos que mencionas hubo otros también, pero sólo te digo uno más: una cátedra (Master Class) de actuación. En la noche del 25 y 26 se repitió un comentario de los espectadores en el conversatorio.

Hubo un comentario que me sorprendió y le sigo buscando una explicación que no le voy a encontrar. Que los ojos de la actriz cambiaban de colores y se transformaban. Hubo un acto de magia, pero sin engaño, los espectadores, se conmocionaron profundo y percibieron lo que Kathy ni yo pudimos imaginar.

-¿Fue algo espontáneoun accidente escénico, una revelación actoral o una suerte de catarsis colectiva lo que transformó esa función en una experiencia irrepetible?

Sí, en las dos funciones, fue espontáneo, una catarsis colectiva; todo los demás que me preguntas y lo que se sintió y se percibió y no se puede describir.

-¿De qué manera percibiste tú, desde la direcciónese momento en el que la obra pareció desbordar los límites del teatro y convertirse en algo más cercano a una experiencia emocional?

Nos preparamos siempre pensando en los espectadores, con el objetivo definido de impactarlos en los más profundo de sus interioridades, pero nunca imaginamos que la aplaudieran de pie, y esa recepción desbordante confirma que el teatro ejerce un poder que va más allá de lo inimaginable.

-¿Podrías describir la reacción de la actriz en escena durante ese instante? ¿Sintió ella también esa ruptura o epifanía de la que hablan los espectadores?

Kathy Tejada experimentó y me confesó que penetró en lugares de la psiquis que la crisparon, porque se adentró a ese mundo cósmico.

-¿Crees que esa manifestación tiene relación con el universo de Lovecraft, con sus obsesiones sobre lo invisiblelo innombrable, lo que escapa a la razón?

No me cabe la menor duda.

-¿Qué papel jugó la atmósfera del espacio -la sala PS109, el público neoyorquino, el contexto del festival- en lo que ocurrió esas noches de funciones?

Es un espacio íntimo, de cámara negra y propició la conexión de la obra con los espectadores.

-¿Podrías contarnos si ese instante extraordinario fue emocional, energéticovisual o incluso sobrenatural?

Fue un instante separado y combinado también.

-¿Consideras que esa función marcó un antes un después en tu manera de entender el teatro como fenómeno vivo, más allá de la representación?

Esa función fue atemporal, rebasó el tiempo, difícil hablar de antes y después, porque todo estaba operando a la vez, logrando lo que en pocas veces se consigue en el teatro, y cuando se logra, sabe uno que rozó o penetró en el misterio.

La Lectora es un texto que apela a los sentidos, pero a los sentidos que viven en nosotros y pocas veces los activamos. Es lo que no podemos explicar, pero lo percibimos, lo sentimos y lo vivimos.

-Para terminar: Después de lo ocurrido, ¿te planteas registrar esa función, escribir sobre ella o convertirla en una nueva obra que explore el límite entre arte y experiencia real?

Yo no me planteo nada, sólo revivo lo que sentí y sintieron todos los espectadores. Voy a permitir que fluya en mí y escribiré cuando se presente la ocasión. Cada obra de teatro es un universo y posee sus reglas, imponer o querer repetir con una obra nueva…puede ser un riesgo, aunque siempre he tenido un objetivo con mis obras: crear una fuerte y contundente impresión en los espectadores. Procuro que mis obras sean una terapia colectiva e incisiva.

 La Lectora de H.P. Lovecraft / Imagen cortesía por Teatro TEBA

La Lectora de H.P. Lovecraft, es una obra que se mueve en un territorio liminar: entre la memoria íntima, la autobiografía cultural y el descenso a un delirio literario. Su fuerza radica en la palabra encarnada, en el cuerpo que lee hasta perder la cordura.

Con esta entrevista al dramaturgo Carlos Canales, desde mi punto de vista buscamos asomarnos al pensamiento de un creador que convierte la lectura en abismo, y el teatro, en un espejo donde lo indecible se hace visible.

Ficha de la obra

La Lectora de H.PLovecraft, escrita y dirigida por Carlos Canales, con la actuación de Kathy Tejada y producción de Teatro TEBA, se presentó los días sábado 25 y domingo 26 de octubre del 2025 en el marco de la séptima edición del Festival de Teatro Frenzy Fest, en la sala El Barrio’s Artspace PS10 (215 East 99th Street, entre 2nd y 3rd Avenue, Nueva York, NY 10029).


Wednesday, October 29, 2025

“¡Cómeme, por favor!” La condena del ego y el deseo que devora… por Valentín Caicedo

 “¡Cómeme, por favor!”
La condena del ego y el deseo que devora

por Valentín Caicedo
Periodista
valentinoroa123@gmail.com
¡Cómemepor favor!  Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025

El pasado viernes 24 de octubre del 2025, el Café Cultural Sin Visa, en el corazón de Chapinero, fue escenario de una de las propuestas teatrales más intensas y desbordantes de la reciente escena bogotana. Con la pluma del dramaturgo Carlos Rojas y la dirección precisa y apasionada de Armando Ariza, la obra ¡Cómeme, por favor! se presentó como un ritual de carne, pensamiento y condena.

Una pieza que no se conforma con narrar: devora, desgarra y purifica. Desde los primeros minutos, el público comprendió que no asistió a una representación convencional. El espacio reducido del café se transformó en un santuario de los sentidos, donde el aroma intenso a carne cocinándose, se mezclaba con el calor de una llama encendida sobre una estufa -símbolo central de la obra-, y donde el rojo intenso de las luces teñía cada gesto de los actores con un tono de pasión y peligro.

¡Cómeme, por favor! no busca contar una historia, sino provocar una experiencia; una confrontación directa con lo más oscuro y pulsional del ser humano.

Un descenso al fuego del ego

¡Cómemepor favor!  Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025

En el centro de la trama está el personaje principal, interpretado por el actor Carlos Prieto, un hombre que se devora a sí mismo en su deseo de existir, de ser visto, de afirmarse frente a la nada. Su voz -a veces grave, otras veces estremecedora-, se convierte en un eco del ego moderno: la necesidad constante de ser validado, admirado, amado. A medida que avanza la obra, ese deseo se transforma en una trampa. Cuanto más intenta afirmarse, más se pierde. Cuanto más busca la luz, más se consume así mismo.

El texto de Carlos Rojas logra lo que pocas obras contemporáneas alcanzan: combinar una reflexión filosófica con una emocionalidad brutal. Las palabras no están al servicio del argumento, sino del cuerpo. Cada monólogo parece tallado con rabia y devoción, como si el autor hubiese escrito desde una herida abierta. Y es precisamente esa visceralidad la que sostiene el montaje.

 

¡Cómemepor favor!  Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025

A su lado, la actriz Juliana Cortés encarna el deseo, la tentación y la conciencia. Su papel es, a la vez, presencia y sombra, carne y pensamiento. Ella no es una figura pasiva ni un complemento narrativo: es el deseo hecho cuerpo, el fuego que enciende y destruye, la voz del instinto que susurra “cómeme” no como invitación erótica, sino como llamado existencial.

Entre ambos personajes, se teje una relación de atracción y repulsión constante, una danza de devoración mutua que simboliza el conflicto eterno entre el yo y el otro, entre el ego que quiere dominar y el deseo que exige entrega.

Cómeme, por favor”: el deseo que destruye y salva

¡Cómemepor favor!  Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025

El título no podría ser más certero. ¡Cómeme, por favor! no alude a la sensualidad superficial, sino a la necesidad de ser absorbido, comprendido, destruido por otro. En el universo simbólico de la obra, “comer” es un acto espiritual y violento, una metáfora de la unión absoluta, donde el límite entre el yo y el tú se disuelve.

El fuego en la escena -recurso muy acertado- encarna este ciclo perpetuo de destrucción y renacimiento. En torno a esa llama giran los personajes, como planetas atrapados en una órbita fatal. La cocina, espacio cotidiano y doméstico, se convierte en altar y prisión. Allí se cocina no sólo la comida, sino el alma; allí el protagonista se alimenta de su ego hasta quedar vacío.

El uso del color rojo en la iluminación no es gratuito: remite al deseo, la sangre, la pasión y el sacrificio. Cada escena parece bañada en una atmósfera de combustión.

La dirección de Armando Ariza aprovecha ese lenguaje cromático para marcar los momentos de clímax y descenso emocional, creando una tensión constante entre el deseo y la condena.

La música, por su parte, se aleja de los acompañamientos melódicos tradicionales. Se trata de una composición fragmentada, con sonidos industriales, percusiones irregulares y silencios que cortan el aire. Es un paisaje sonoro que respira con los personajes, que late con ellos. En ocasiones, la música se impone como una voz más; otras, desaparece para dejar paso a la respiración de los actores, amplificada por el silencio del público.

El cuerpo como lenguaje

¡Cómemepor favor!  Dir. Armando ArizaFoto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025

Una de las mayores virtudes de ¡Cómeme, por favor! es la forma en que el cuerpo sustituye a la palabra. En esta obra, la corporalidad no acompaña el texto: lo sustituye, lo supera, lo encarna. Hay escenas donde un temblor, un roce o un grito silencioso dicen más que cualquier discurso.

Los actores, ambos de origen colombiano, logran un nivel de entrega que roza lo performático. El protagonista, en especial, se mueve entre la contención y el estallido con una naturalidad perturbadora. Cada gesto suyo es un combate contra sí mismo; cada pausa, una caída en el abismo de su mente.


¡Cómemepor favor!  Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025

La actriz secundaria, por su parte, despliega un dominio del ritmo escénico excepcional. Su energía fluye entre la sensualidad y la espiritualidad, creando una presencia magnética que contrasta y complementa la tormenta interior del protagonista. Su papel es clave para comprender la propuesta del montaje: ella es el fuego que lo consume y la conciencia que lo observa arder. 

La condena del ser moderno

¡Cómemepor favor!  Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025

Más allá de su trama existencialista, ¡Cómeme, por favor! se convierte en una crítica feroz al narcisismo contemporáneo. El protagonista representa al ser humano que, en su necesidad de afirmación, termina esclavo de su propio reflejo. Su tragedia es la del individuo moderno: hiperconectado, expuesto, ansioso por ser mirado, pero incapaz de encontrarse a sí mismo en el silencio.

Carlos Rojas parece decirnos que el ego no es sólo una fuerza psicológica, sino una condena cultural. En una sociedad que idolatra la visibilidad, “ser” se ha vuelto sinónimo de “ser visto”. Y en esa dinámica, la autenticidad se desvanece. La frase que el protagonista repite en uno de los momentos más impactantes -“cómeme, por favor”- una súplica de devoración simbólica.

La dirección de Armando Ariza refuerza este discurso con precisión quirúrgica. Su puesta en escena aprovecha el espacio reducido del café para generar cercanía e incomodidad. El público no es un espectador pasivo: está dentro de la cocina, dentro del fuego, dentro del conflicto. Esa intimidad transforma la función en una experiencia colectiva donde cada mirada y cada respiración cuenta

Un espejo del alma y del país

¡Cómemepor favor!  Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025

Lo fascinante de ¡Cómeme, por favor! es que, sin proponérselo explícitamente, logra dialogar con la realidad emocional y cultural de Colombia. En esa tensión entre el deseo y la culpa, entre la devoción y la violencia, hay una resonancia profunda con la identidad nacional. El fuego que consume al protagonista podría ser el mismo que ha marcado nuestra historia: el fuego del exceso, del amor que hiere, del orgullo que destruye.

El público colombiano, acostumbrado a la hibridez entre lo trágico y lo pasional, encuentra en esta obra un espejo inquietante. Hay algo profundamente nuestro en esa manera de sentir hasta el extremo, de amar hasta la autodestrucción.

¡Cómeme, por favor! no ofrece consuelo, pero sí ofrece verdad, una verdad incómoda y necesaria. El Café Cultural Sin Visa se consolida, así como un espacio alternativo que acoge el riesgo, el arte que no teme quemarse. La cercanía del lugar, su calidez bohemia y su historia dentro del circuito teatral independiente de Chapinero, potencian la experiencia. Allí, el teatro no es un espectáculo, es un encuentro entre almas vulnerables.

Una conclusión necesaria: devorarse para existir

¡Cómemepor favor!  Dir. Armando ArizaFoto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025

¡Cómeme, por favor! es mucho más que una obra, es un grito en carne viva. Una experiencia sensorial y filosófica que se atreve a mirar de frente el ego humano y sus contradicciones. No hay moralejas ni finales redentores. Sólo la certeza de que el deseo, al igual que el fuego, no puede ser domesticado.

Carlos Rojas demuestra una vez más su capacidad para transformar el pensamiento en emoción y la emoción en rito. Y Armando Ariza, desde la dirección, convierte esa energía en una composición escénica impecable, donde cada elemento -la luz, el sonido, el movimiento en escena- se conjuga para crear un universo simbólico que seduce y quema a la vez.

Al finalizar la función, el público del Café Sin Visa no aplaude de inmediato. Hay unos segundos de silencio, como si todos necesitarán recuperar el aliento. Algunos sonríen, otros se miran sin saber qué decir. Y es que ¡Cómeme, por favor! no se explica: se vive, se siente, se sobrevive.


Ficha Artística:

Obra: ¡Cómeme, por favor!

Escrita por Carlos Rojas

Dirigida por Armando Ariza

Elenco: Juliana Cortés y Carlos Prieto

Fotos: Ingrid Hincapié @ongridpixels

Producción: Bogotarte

En coproducción Café Sin Visa

Espacio: Café sin Visa (Bogotá)

Estreno: 24 de octubre del 2025.